En 1800 apareció un niño en las
afueras de Saint-Sernin, con las manos y cara llenas de cicatrices. El chico
solo medía 4 pies y medio (1’35m ) pero aparentaba tener 12 años.
No hablaba ni respondía para hacerse
entender, lo único que hacía era
reaccionar ante ciertos sonidos. No quería alimentos cocidos, sino crudos.
Parecía que se había vuelto insensible a las temperaturas extremas,
posiblemente debido a que se había criado en la selva.
Se estudió cuidadosamente al pequeño
después de la observación
inicial, el muchacho, a quien se le llamo Víctor, fue enviado a una escuela
para niños sordomudos en París. Allí, quedó a cargo de Jean-Marc-Gaspard Itard,
quien era médico. Según el, Víctor era «un niño desagradablemente sucio... que
mordía y rasguñaba a quienes se le acercaban, que no demostraba ningún afecto
por quienes lo cuidaban, y quien era, indiferente a todo lo atento a nada»
Algunos
observadores pensaban que era un incapaz de aprender. Pero Itard creyó que el
desarrollo de Víctor se había limitado por el aislamiento y que sólo necesitaba
que se le enseñaran las destrezas que los niños en la sociedad civilizada
normalmente adquirían a través de la vida diaria. Itard llevó a Víctor a su casa
y durante los siguientes cinco años, lo “domesticó”. El chico aprendió los
nombres de muchos objetos y pudo leer y escribir frases simples, expresar
deseos, seguir órdenes e intercambiar ideas. Demostró afecto, especialmente
hacia la señora Guérin, al igual que emociones de orgullo, vergüenza,
remordimiento y deseo de complacer
Sin
embargo, aparte de algunos sonidos vocálicos y consonánticos, nunca aprendió a
decirlos. Cuando el estudio concluyó, Víctor - que ya no fue capaz de
valerse por sí mismo, como lo había hecho en la selva – se fue a vivir con la
señora Guérin que, recibía una remuneración del Ministerio del Interior por
cuidarlo, cerca de veinte años más, hasta su muerte en 1828 cuando tenía
alrededor de 40 años.
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